Alimentación consciente y emocional.

Desde hace años está muy en boga la comida saludable y el proceso de alimentarse como algo  consciente. Podemos confirmar que ha habido un giro radical en este siglo y una nueva mirada más centrada en nuestra salud. Concedemos a la comida un espacio más amplio y nos cuidamos más.

Para empezar, debemos tener en cuenta  que desde bebés comunicamos  el  hambre a través del llanto. La comida desde que nacemos nos provee de soporte, protección, es un lugar en el que nos sentimos a salvo.

Alimentación y emociones siempre van de la mano. Y es ahí,  desde bien temprano donde empezamos a identificarnos con un tipo de alimentación u otro y definimos nuestras preferencias alimentarias o aversiones.

Como explica Suzanne Powell: “Alimentación consciente es saber lo que comes, cuándo, cuánto, cómo, con qué actitud, con quién y con qué lo comes… Así de simple. Felices digestiones, felices evacuaciones, felices asimilaciones. El confort digestivo es el primer paso hacia la felicidad”.

La comida es mucho más que comida, no es sólo el alimento que tomamos si no también es lo que pensamos y lo que nos decimos sobre él. Es el ritual que realizamos o el tiempo que le dedicamos. Desde que lugar lo estamos comiendo. Puede ser un castigo o un premio. ¿Qué pensamos antes, durante o después de haberlo comido?

En muchas ocasiones comemos para dar respuesta a una emoción. ¿Comemos siempre cuando tenemos hambre? ¿Tapamos tristeza, cansancio o rabia en algún alimento?

Identificar es la clave. Preguntarnos y ser honestos con nosotros mismos, nos puede ayudar en el camino. ¿Qué emociones relacionas más con la alimentación en este momento?

El hambre emocional es el acto de comer sin que se tenga hambre y nace de una necesidad emocional no cubierta. Anestesiamos a través de la comida. Nos sentimos mejor temporalmente pero a veces surge la culpa o el remordimiento.

Todos comemos de forma emocional en algún momento. En la sociedad en la que vivimos, comer es un acto muy social. Es muy cultural y por esto se vuelve más complejo. Interacciona con nuestra forma de relacionarnos.

A veces estamos tristes y nos consolamos con la comida.

El problema surge cuando la alimentación emocional es la única forma que tenemos de comer. Cuando no sabemos cómo gestionar una emoción y recurrimos al alimento siempre, puede desencadenar conflictos en un futuro.

Está bien conocer y diferenciar entre hambre física y hambre emocional. Sentir hambre es gradual,  puedes escoger cualquier alimento y te sacias con rapidez. Sin embrago tener hambre emocional supone habitualmente querer comer algo alto en azúcar o carbohidratos y no escuchar realmente a tu cuerpo.

Cuando te permites más pausas antes de comer y te enjuicias menos, nace más compasión y aceptación hacia nosotros mismos. Detenerte y observar de qué forma nos estamos tratando, nos proporciona una mirada más amorosa.

Comer de forma compulsiva alimenta la compulsión y te alejas de la pausa. Incluso a veces comer de forma compulsiva nos da un cierto “control”. Cuando salimos de ahí, aparece el descontrol y esa falta de seguridad y protección, la solemos camuflar en la comida y así comienza de nuevo la rueda.

Te ánimo a que te permitas a conectar con tus necesidades y poco a poco, con o sin ayuda, encontrarás recursos más saludables.

 

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www.galenecolmenar.es

Psicología y Psicoterapia en la Sierra Norte de Madrid.

 



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